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Fragmentos de la visita de la periodista brasileña Adriana Souza a Pardo y Yamay…

[…] Miro para arriba y lo que veo es la alfombra cibernética del planetario. Un azul oscuro
pintado de puntos plateados muy fuertes. Juan Manuel me apunta el crucero del sur a
la izquierda, las Tres Marías a la derecha, Júpiter y Saturno a los costados. Veo en
cuestión de minutos: dos, tres, cinco estrellas fugaces, tan rápidas que no me da el
tiempo de pedirles nada. Les ruego que vuelvan y el espectáculo es increíble.
Hacemos una fogata con algunos gajos secos y observamos el cielo, tal cual hacía con
mi abuelo cuando tenía unos 5 años de edad. Seguimos mirándolo por casi media hora,
tratando de entender y formar figuras con las estrellas. Cuando el sueño nos arrebata,
nos despedimos y le agradezco por las charlas y esos días increíbles. Me dice que no
puedo ir sin antes escribir en el cuaderno de los visitantes. Le doy la certeza que si.

– Amanhã sem falta eu escrevo, fique tranquilo. Boa noite.

Después de decirle en papel que Pardo tiene la mejor gente de la provincia y saludarle
con un Até Logo, me despido de Yamay y sigo en camino a las afueras de la ciudad.
Veo de lejos una mujer que me acena demorado desde afuera de un tráiler moderno.
Es Stella Maris, en simpatía y persona, le saludo, me abraza fuerte, tan fuerte como el
abrazo sentido el otro día por teléfono. Me hace pasar y me presenta los dulces
expuestos en vidrios decorados, quesos de campo, salames y longanizas, todo con un
olor maravilloso.
Me tomó el pote de mermelada de higo y lo abro tan rápido cuanto el deseo de probarlo.
El aroma me lleva a casa, a unos 2000km de allí, donde los años en Navidad mi mamá
se le encomienda a una conocida del campo que le prepare dulce de higos, para que le
dé a las visitas cuando llegan. El gusto de la ‘’saudade’’, palabra usada en portugués
para decir que uno extraña mucho a una cosa, y que sigue todavía sin traducción, me
hace marear los ojos y lo tapo rápido para que la sal no le dañe el gusto.

[…]

Villa Pardo en su totalidad es para sus habitantes el lugar más lindo del mundo, con una
razón que yo se las doy, porque el lugar no es solo la historia de Bioy Casares, como
también la de Pollo y su esposa, que vivieron años en el fondo de una iglesia
abandonada; de Juan Manuel, el hippie y de Yamay; Del Almacén de Clarita y [el de] Lamaro,
de los que llegaron después del tren y de los que permanecieron cuando este se fue; es
la tapa ilustrada de los folletos de turismo; el orgullo de Naturalmente Flores; y la
subsistencia de una gente que vive soñando despierta con las estrellas en su cabeza o
dormidos en la siesta, dejando que el tiempo les guíe el día, a veces marcado por la
campana del tren carguero, a veces por la señal del teléfono, cuando esta no les
falla, por supuesto […]

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